sábado, 9 de noviembre de 2013

CAPÍTULO 1

1

Apatía: Falta de emoción, motivación o entusiasmo. Es
un término psicológico para un estado de indiferencia,
en el que un individuo no responde a aspectos de la vida
emocional, social o física.

Paso a paso. Un pie delante de otro. Sin descanso. Desde un extremo de la habitación a otro. Desde una pared
a otra. Así paso la tarde. Así me encanta ver las cosas desde
“mi mundo”, como había oído decir a alguien alguna vez...
“mi mundo”, sin dejar de escuchar el traqueteo de la
máquina de coser de mamá.
Tac tac tac tac, me encanta oír ese sonido fuerte que
se estrella contra mis pequeñas orejas entrando lentamente
hasta mi delicado cerebro.
Me gusta mirar la cara menuda de mamá y sus
grandes ojos tras la fina aguja que baja y sube rápidamente
mientras va dejando tras sí un rastro de migas
blancas, como si de un firme ejército de hormigas de las
que suben por los árboles del jardín se tratara.
Hoy es el día siete de la semana. Los días siete, papá
y mamá no tienen que ir a su cole para mayores. Cada
mañana pienso el número del día en el que estamos, uno,
dos, tres... y no paro de repetirlo para que pase pronto y
lleguemos al día siete. Este día, lo pasamos en el campo.
Allí me siento libre. En ese lugar no encuentro obstáculos
a la hora de seguir mis pasos.
No existe día número ocho de la semana. El número
ocho es mi número preferido, es un número muy bonito.
Es el número del infinito y del poder. La danza del ocho
es el sistema de comunicación animal que tienen las
abejas obreras para transmitir a los demás la distancia y
dirección de la fuente de alimento.
Hoy es un día siete un poco diferente porque papá
salió muy temprano de casa y mamá está sentada delante
de su máquina durante todo el día. Tiene una tela de color
rojo que pone dentro, y luego fuera de la máquina. Dentro,
y luego fuera. Dentro, y luego fuera… Miro atónita el
movimiento de la aguja. Me relaja mirar a mamá cuando
está haciendo cosas en silencio.
Estoy paseando dentro de casa, pero hay demasiadas
cosas que no puedo tocar o golpear porque mamá siempre
me reprende por ello y pone un tono de voz que hace que
me ponga muy nerviosa, de modo que salgo al jardín.
Es un jardín grande, rodeado de árboles bonitos
que se llaman Naranjos. En esta época del año están
tan repletos de azahares que me encanta esperar girando
alrededor de su tronco hasta que alguna de esas pequeñas
y graciosas florecillas cae al suelo.
En el jardín de casa hay muchas flores de colores
que huelen muy bien. El señor Jeremy se encarga de
mantener bonitas las plantas y cortad el césped de todo
el jardín. Es un hombre bueno y divertido, tiene unas
piernas muy largas y es la persona más alta que conozco.
No habla mucho, y eso me gusta. Sabe cómo hacerme
reír sin necesidad de hablar. Hace formas de animales con
los setos porque sabe que me gusta mirarlos. Me encanta
adivinar en mi mente que animal es.
Cada día, esconde una flor en el merendero para que
yo la encuentre cuando regreso del colegio. Sé, que él
está escondido en algún lugar vigilándome hasta que
encuentro su flor.
La puerta que une el jardín con la casa es una puerta
grande, y desde fuera, a través de su cristal se puede ver
lo que hay en el interior. Veo a mamá, y veo los muebles
oscuros. Pero no estoy allí, estoy fuera, y puedo golpear
todo a mi alrededor.
Cojo un pequeño guijarro que diviso al lado de uno
de mis pies y me encamino a la pared donde voy dando
golpecitos con la pequeña piedra en ella sin parar de
caminar. Cuando llego al extremo en que la pared se acaba,
vuelvo hasta donde comencé y me siento feliz. Así,
caminando, constante en mi esfuerzo. “Esfuerzo: empleo
enérgico de la fuerza física o mental con un fin determinado”.
observo a mamá tras la puerta, se dirige a mí apresurada.
Mi cuerpo se pone tenso y mis manos dejan caer
el pequeño guijarro al suelo. Esto que hacen los mayores
provoca en mí un efecto desagradable.
– ¿María, quieres merendar? – pregunta mamá que
viene hacia mí con la voz demasiado alta cuando aún no
ha llegado a mi lado.
– ¡María! – me vuelve a decir.
Me sigue. De modo que solo cuando se encuentra
frente a mí se reclina, y mirándome como tan solo ella
sabe hacer, dejando entrever los ojos por debajo de sus
gafas vuelve a formular la misma pregunta.
– ¿Qui-e-res me-ren-dar, cielo?
yo, muevo la cabeza hacia un lado y otro en respuesta
negativa a la pregunta, y sigo mi camino por el jardín,
rodeando aquellos maravillosos árboles y disfrutando de
su olor. No tengo hambre, quiero seguir con mi rutina.
Disfruto del aire, y del jolgorio que forman los
pájaros al revolotear por encima de mi cabeza. Además,
hoy es día siete, deberíamos haber ido a pasear al campo.
Mamá ha desaparecido de mi vista, pero en un
segundo se planta de nuevo delante de mí con algo en la
mano. ¡oh, no! es un pastelillo. Corro hacia la pradera y
llego hasta la fuente nueva. Unos señores vestidos de azul
la pusieron hace unos días ahí. Es una fuente my bonita.
Hay dos niños con unas botellas, y vacían el agua que
contiene en el interior de la fuente. Parece que en cualquier
momento se les caerán de las manos.
No sé donde está mamá. No la veo por el jardín y
tampoco la oigo con el chapoteo del agua. En menos de
un segundo, una mano me agarra fuerte por el hombro y
grita.
– ¡Te pillé!
¡Ohh! es Jaime, mi hermano mayor. No puedo evitar
ponerme muy contenta al verle. Él, sabe que lo estoy,
aunque en mi cara no aparezca la expresión adecuada.
Me abraza con fuerza y los dos rodamos pradera abajo.
Jaime, es muy bueno. Me ayuda a hacer las cosas
bien aunque no siempre lo consiga. No permite que me
aburra, y comprende que aunque me cueste comunicarme
me gusta hacer las cosas que todos los niños hacen. Ser
autista es un modo de ser, aunque no sea el normal o
esperado.
Él, me cuenta muchas historias de príncipes y
princesas que yo intento colocar un poco confusa en mi
cabeza. Me siento muy tranquila a su lado, porque Jaime,
no hace como las demás personas “normales”. “Normal:
cualquier ser vivo que carece de diferencias significativas
con su colectivo, todo aquello que se encuentra en su
medio natural. Lo que se toma como norma o regla social,
aquello que es regular y ordinario para todos”.
Él, no se acerca demasiado, ni toca mis cosas. Es la
única persona de casa que consigue que me coloque el
pijama sin ponerme nerviosa. Siempre habla despacio, y
yo, escucho su voz aunque no llegue a comprender todas
sus palabras.
Estamos en el merendero. Es una plataforma alta con
forma de cuadrado donde me encanta pasar largos ratos
saltando encima de las baldosas blancas y negras.
Juego a saltar de unas a otras sin descanso. Solo
puedo pisar las baldosas blancas, ya que si lo hago en las
negras caería por el agujero al abismo de mi imaginación.
Mamá y Jaime, están tomando la merienda, y yo
disfruto de mi pastelillo caminando alrededor de ellos.
Están hablando algo que no consigo entender porque lo
hacen muy rápido.
– ya he encargado la piñata con su foto – dice Jaime
a mamá. ¿Una qué? no sé lo que es eso y tampoco sé
cómo se pronuncia.
– Que bien, cariño. Va a quedar preciosa. yo espero
que a María le guste el vestido que le estoy haciendo. Se
va a ver muy guapa el día de su fiesta. – Mamá, pone cara
de felicidad. En mi cabeza, intento visualizar las cartulinas
que la señora Sanz me muestra cada día con caras graciosas
que ella misma dibuja. yo tengo que reconocer cuando esa
carita está triste o feliz, y en este caso, creo que la cara de
mamá está feliz.
Me gusta ver reír a mamá. Ella, siempre ríe, y cada
vez que lo hace me gusta mirar a través de su boca sus
blancos dientes.
yo, sigo caminando en círculos alrededor de ellos.
Están sentados, uno frente al otro, tomando el líquido negro
de las meriendas en unas pequeñas tazas con dibujos
floreados. Toco cada columna blanca y fría con mis manos,
y sigo mi camino mientras todas esas palabras entran por
mis oídos sin saber muy bien que significan.
– No le he comprado ningún regalo aún. No sé que
puede gustarle a una niña de diez años.
– Jaime, cariño. No te preocupes por eso. María
tiene de todo, y la doctora dice que ahora mismo ella está
en un proceso bastante complicado y de difícil adaptación,
puede mostrar poco interés.
– ¡Mamá! – Jaime, da un grito que hace que me
sobresalte, y mi cuerpo tiembla– María es una niña de
diez años que va a tener su fiesta de cumpleaños, y como
cualquier otro niño de su edad tendrá su regalo.
Jaime, se levanta de su silla y se va rápidamente en
dirección a la casa. Tiene la expresión de tristeza, y yo
no quiero que él esté triste. No sé qué ha podido pasar
para que Jaime se ponga tan triste.
Mamá, se levanta de su banco y se acerca a mí
pasándome el brazo por los hombros. Mamá ya no está
riendo, ahora también está triste. De pronto, aparece una
gran sonrisa en sus labios. ¿Triste-feliz? ¿triste-feliz?
¿triste-feliz? … No sé qué significa esto porque la señora
Sanz no me ha enseñado esa expresión aún.















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